Juanma C.: «Este curso no repito»

Juanma Carreño

La profesión docente, con cierta frecuencia, te regala la ocasión de trabajar con fantásticos compañeros/as. Eso es lo que me pasó a mí durante cinco cursos en la Escuela de Personas Adultas Vicent Ventura de Valencia. Para mí, años de formación intensa, debida en buena parte a Juanma. Ahora que se jubila, ha querido compartir con sus compañeros/as y alumnos/as estas palabras a modo de lección final (auqnue a él es posible que este apelativo no le parezca bien). Pero los que hemos tenido la ocasión de conocerlo sabemos de qué hablamos. Hablamos de sabiduría, integridad, humanidad y compromiso. Gracias por todo, Juanma, y para ti también «bon vent i barca nova!»

Primavera de 1967. Con diez años recién cumplidos entro por primera vez en un instituto, mejor dicho en «el Instituto» ya que en aquella época sólo había uno, masculino naturalmente. Bueno, en realidad había otro, pero era para chicas, igual que había «escuelas de niños» y «escuela de niñas». Voy en compañía de un pequeño grupo al que, como yo, nos presentaban al «examen de ingreso». Una mañana de pruebas que incluían un dictado, una serie de operaciones matemáticas con la temida división por varias cifras y unas preguntas sobre diversas materias que nos hicieron unas personas muy trajeadas, sentadas detrás de unas mesas en lo que más tarde supimos que era un tribunal examinador.

Los que superaban la prueba comenzaban, después del verano, lo que entonces se llamaba «Bachillerato Elemental». Desde entonces han pasado 50 años y, con el paréntesis de la Universidad y el año de «servicio militar obligatorio», toda mi vida ha transcurrido en institutos de «Enseñanza Media», o como se dice ahora de «Secundaria».

Primero, siete años como alumno de Bachillerato Elemental, Superior y COU. Con reválida al terminar cada una de las dos primeras etapas y unas pruebas de acceso a la Universidad que en 1974, antes de la Selectividad obligatoria, organizaron en Valencia las diferentes Facultades. Tras el paréntesis comentado, como profesor desde el año 1981 hasta hoy: 36 años, 8 meses y 1 día me han certificado en la solicitud de jubilación.

Y las cosas han cambiado. ¡Vaya si han cambiado!. Para empezar, como ya he comentado toda mi educación secundaria hasta llegar a COU fue en grupos exclusivamente masculinos. Había una segregación total de género en la enseñanza. Los rituales, metodología y, sobre todo, los contenidos eran completamente diferentes. Memorizábamos datos geográficos e históricos sin entenderlos, estudiamos Historia de la Literatura en base a pequeñas selecciones de textos pero sin incentivar el placer de la lectura. Hasta llegar a COU podía contestar preguntas retorcidas sobre la biografía de autores del Siglo de Oro, pero ignoraba a García Lorca, Miguel Hernández o Pablo Neruda. Y a Gabriel Celaya, Goytisolo, Nicolás Guillén o Rafael Alberti los conocí gracias a lo que después se llamaron «cantautores». Conocía el nombre de las comarcas de Castilla La Vieja, o los afluentes del Duero por la izquierda pero viviendo en un barrio de València, desconocía totalmente nombres, características e historia de l’Horta, que era el entorno en el que vivía. Ni sabía que vivía en L’Horta. El valenciano no existía en la educación. Y la enseñanza de lenguas extranjeras, entonces era el Francés lo que dominaba, se limitaba a leer y traducir, sin escuchar prácticamente nunca una conversación o una frase en el idioma que estudiábamos año tras año. En vez de Educación Física teníamos Gimnasia que era una copia reducida de la que después padecimos en la «mili» obligatoria. Incluso en algunos casos se impartía por militares pluriempleados y, siempre, con el mismo estilo castrense. La Religión, católica por supuesto, era obligatoria en todos los cursos. ¡Hasta COU e incluso en los primeros cursos de la Universidad, aunque aquí se trataba de una matrícula meramente nominal!». Y el profesor era siempre un cura, nada de seglares «conciliares». Y teníamos una asignatura de «Formación del Espíritu Nacional» en la que se nos instruía sobre las bondades del régimen y las nefastas consecuencias del sistema democrático de partidos políticos. Y, por supuesto, se ensalzaba continuamente las gloriosas gestas de la Patria preferida por Dios y destinada a salvar los más excelsos valores de Occidente. La disciplina dentro y fuera del aula era férrea y se mantenía con mano dura, literalmente o con ayuda de algún instrumento como la regla o el cepillo de borrar. Hay quien mira hacia atrás con cierta nostalgia, pero lo que añora es su infancia, adolescencia y juventud, no el perverso sistema educativo en que nos educaron.

Aprendimos cantidad de datos enciclopédicos, útiles tan solo para participar en los concursos memorísticos de la televisión o en algunos juegos de mesa, pero muy poco sobre procedimientos, sobre autonomía, sobre trabajo en equipo, sobre búsqueda de información… Es tradicional hablar del descenso de nivel educativo, pero yo creo que la educación no es un depósito de conocimientos en el que hay que medir la cota más alta. Importa la calidad. ¡Y la cantidad!. Entonces a partir de los 12 o 14 años mucha gente abandonaba la escuela por diversos motivos, fundamentalmente económicos. Ahora por suerte se ha universalizado de forma gratuita hasta los 16 años y las dificultades del acceso al mundo laboral la alargan mucho más tiempo. Los contenidos, la metodología y la formación, preparación y dedicación de la mayor parte del profesorado es mucho mejor, así como los recursos y condiciones en que se trabaja. Lo que, desgraciadamente, se está perdiendo es la función de la educación como «ascensor social», como herramienta compensatoria de desigualdades. El liberalismo político y económico, la globalización, la tiranía de los mercados están haciendo cada vez más difícil a las nuevas generaciones ese progreso con el que soñamos, pese a estar cada vez más preparados. Idiomas, nuevas tecnologías, viajes, cultura…, en tantos campos están mucho mejor preparados y, pese a ello, cada vez es más complicado conseguir sus metas.

Me ha gustado mi trabajo. Tengo y he tenido vocación docente. No sólo me gusta la transmisión de conocimientos. Me encanta el momento en que el alumnado entiende lo que estás explicando y capta el placer del descubrimiento, de que «se puede aprender». Sobre todo, contagiar la pasión por la Ciencia y que la razón es la luz que nos hace explicarnos el Universo, valorar los logros del estudio sistemático y apreciar cómo el estudio, la investigación y el conocimiento han ido cambiando, modelando y construyendo la sociedad en que vivimos. Y conocer a las grandes figuras y los grandes hitos de la Historia de la Ciencia, explicar cómo hemos llegado hasta aquí y cuánto queda por explorar.

Comencé con 23 años dando clase en BUP y COU nocturno a personas que, la mayoría eran mayores que yo. Y desde el primer momento he intentado no sólo enseñar matemáticas (y en ocasiones, otras materias que me ha tocado impartir). He intentado tratarlos con la mayor cordialidad posible. Y con sinceridad. Ahora, en el último curso que he vuelto a ser tutor de 1º de ESO he vuelto a comprobar qué es lo que más valora el alumnado. El conocimiento de nuestra materia, la sabiduría (a sus ojos), la didáctica, … nos lo dan por supuesto ya que somos profesores. Lo que valoran es el trato amable, la comprensión, la justicia, la flexibilidad,… Cosas que no nos enseñan en la Universidad y que uno, poco a poco, va aprendiendo en su vida personal y familiar.

Y me he implicado, creo. A los pocos años de comenzar en esta profesión conocí y trabajé en los Movimientos de Renovación Pedagógica. Participé desde el primer momento en la Reforma de las Enseñanzas Medias, en los grupos que construyeron materiales de mi asignatura para adaptar los nuevos contenidos, en cursos de formación… He participado en equipos directivos conociendo desde dentro la organización de un instituto como Jefe de Estudios, como Secretario y como Director. Y también en la faceta laboral, desde el principio he tenido una vida activa, como militante de un sindicato de clase que ha luchado y lucha por mejorar las condiciones de trabajo de nuestra profesión.

¿Y qué es lo que falla?. Año tras año, los expertos en Meteorología nos informan de que se han batido todos los récords de temperatura. Sigue habiendo personas, y muy importantes por su poder, que dudan del cambio climático inducido por el aumento del efecto invernadero. Año tras año, los departamentos de personal de los organismos educativos baten récords de solicitud de jubilación anticipada por parte del profesorado de Secundaria. ¿Habrá alguna causa?

Cuando comencé el Bachillerato, la Educación estaba regulada por una ley franquista y confesional que imponía examen de ingreso y reválidas. Cuando acabo mi vida laboral todavía tenemos en vigor, con la oposición de gran parte de la sociedad, una ley educativa, la LOMCE, confesional, clasista y que impone reválidas. En medio, 7 leyes: LGE (1970); LOECE (1980); LODE (1985); LOGSE (1990); LOPEG (1995); LOCE (2002); LOE (2006) . Y actualmente en vigor LOMCE (2013).

Sólo aprender a distinguir las siglas da para varias asignaturas, y supongo que un montón de créditos, en las facultades de Ciencias de la Educación. Para la Sociedad, para el alumnado y para los profesionales de la Educación y las editoriales de libros de texto ha sido un verdadero y caótico laberinto. Itinerarios, cambios en los temarios, en las nomenclaturas, en la metodología, la forma de evaluar, cualitativa, cuantitativa, con decimales, con números enteros, en los criterios, (actitudes, contenidos, procedimientos…, competencias básicas, competencias clave). Ha sido tan laberíntico y esperpéntico que muchos profesionales no se han enterado y han seguido curso tras curso explicando lo mismo, casi con los mismos apuntes y la misma metodología.

A la Sociedad le costó adaptarse a la EGB y el BUP. Luego llegó la REM y la ESO. Los programas para atender mejor a los que se van perdiendo en el laberinto: Diversificación, Adaptaciones, ACI, ACIS, PQPI, FPB, EXIT, PAM, PIM, PMAR,… parece una broma.. ¡Pero no, no lo es¡ Y el maremágnum de documentación: Programaciones, Memorias, Informes… Todo eso cansa. Y mucho más cuando el desinterés impera en las aulas. Es difícil competir armado con una barra de tiza, o con un ordenador o una pizarra digital cuando enfrente, en la propia casa del alumnado tienes competidores en el lugar central de la sala de estar, e incluso en su propia habitación, tan poderosos como una televisión con multitud de canales que, incansablemente, van instruyendo en los verdaderos valores actuales, la telebasura, el triunfo de los mediocres, de los escandalosos, de los que dicen o hacen cualquier barbaridad para tener unos minutos de gloria en la pantalla. O las series diseñadas para atrapar el interés y crear modelos de comportamiento. Y para qué hablar de las consolas de videojuegos, ahora ya conectados por internet para poder jugar con amigos sin salir de la habitación, incluso sin levantarse de la cama. No, la tiza no es suficiente. ¡Y esa desigual batalla cansa, claro que cansa!

Pese a todo soy optimista. Es admirable ver cómo sigue habiendo, en todos los cursos, desde 1º de ESO hasta 2º de Bachillerato, chicas y chicos con ganas de aprender, con ilusión, que encuentran placer en el conocimiento, con curiosidad, con ganas, con buenos modales y hábitos de trabajo. Y terminan bien preparados, muy bien preparados para seguir su vida en la Universidad o la FP o el rumbo que mejor les parezca. Y llegan a ser adultos responsables y profesionales eficaces.

Uno de las satisfacciones que te quedan, después de 36 cursos, es cuando en cualquier sitio te encuentras con alguien que te reconoce y te saluda recordándote que le diste clase. En la mayor parte de los casos, especialmente si son de hace mucho tiempo, te acuerdas vagamente y te alegras de saber que consiguió su objetivo, o que cambió totalmente y ahora se dedica a otra cosa. En otros, los recuerdas perfectamente porque fueron aquellas personas que como alumnas o alumnos te dieron el motivo para seguir aguantando y te compensaban el esfuerzo de entrar al aula hora tras hora, día tras día. Otros también los recuerdas perfectamente porque fueron los que no paraban de molestar, incordiar y reventar las clases… bueno de estos ya no te acuerdas. Y cuando los saludas, después de muchos años ya no se parecen a aquellos adolescentes impertinentes. Ahora, tal vez, podrían asistir de forma positiva a las clases en las que tanto molestaron.

Bueno, no quería alargarme tanto. Sólo comentar que me parece que ya he cumplido. Me gusta dar clase, pero estoy cansado del entorno. Además creo que hay que dejar paso a profesionales más jóvenes. Y además, como he dicho antes, que llegan muy bien formados, dominando las nuevas tecnologías, conectando mejor con el alumnado, con dominio de idiomas y, sobre todo, con muchas ganas. ¡Que vaya todo muy bien! Bon vent i barca nova!

 

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